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Libro sobre la Fuente de Mojácar: contestación a preguntas incómodas (I)

Días pasados, he cumplido un viejo sueño: presentar un libro. Se titula “Historias y Leyendas en torno a la fuente-lavadero de Mojácar”, y en él he volcado mis investigaciones sobre algunos periodos de la historia de Mojácar, desconocidos e inéditos hasta ahora. Ha sido un regalo a mi pueblo que, honestamente, creo que ningún otro mojaquero está en condiciones de hacer en los tiempos que corren.

La presentación me ha producido un efecto de liberación, porque ahora sé que esas investigaciones (que han exigido dedicación, constancia y tiempo, del que no siempre se dispone) pueden, a partir de ahora y sin gran esfuerzo, estar a disposición de cualquier curioso, mojaquero o no, que se interese por ellas. Esa era mi mayor y casi mi única aspiración al escribir el libro.

LA PRESENTACIÓN
Aparte de las informaciones casi publicitarias por parte de algunos periodistas, alguno de los cuales personalmente no conozco, asistí y participé en dos presentaciones públicas del libro, en Mojácar y en Garrucha. Estuve acompañado de José Mª. Martínez de Haro, ilustre y conocido paisano y amigo, que orientó y dirigió con gran sabiduría las cuestiones tratadas en ambos actos.

José María tiene mucho oficio como periodista, es un gran observador y posee grandes conocimientos sobre la comarca y las estructuras sociopolíticas de la zona. Me estampó dos preguntas directas en la convocatoria garruchera, que creo que, por inesperadas para mí, me pusieron en un cierto aprieto, pues no era fácil improvisar una contestación en un coloquio con tiempo limitado.

Esas dos preguntas, a las que por supuesto contesté como pude y supe, me llamaron mucho la atención por venir de quien venían y por la enjundia que encerraban.

Creo que José María, al preguntarme, quería saber no solamente mi opinión a título personal, sino que me desnudara un poco de forma pública. Y eso es lo que, escribiendo lo que escribo, voy a tratar de hacer de forma sincera, ampliando lo que dije, porque considero que estoy obligado a ello. Y las preguntas del maestro de periodistas fueron:

1ª ¿Cuál es tu valoración y qué importancia le das a la busca de la popularidad y a la verdad?

2ª ¿No te quieren en tu pueblo? ¿Cuál es tu opinión al respecto?

¿BUSCAR LA POPULARIDAD?
Buscar la popularidad se ha convertido en una necesidad para muchas personas y en un medio de vida para muchos otros que no tienen capacidad de ganársela de otra manera, ni sienten pudor ni vergüenza por dar a conocer y airear sus vivencias personales más íntimas. La popularidad se ha convertido en una ideología banal en estos momentos que vivimos, que ata a gobiernos, partidos políticos y una multitud de personas. Para muchos, la popularidad es un negocio que puede llegar a ser muy lucrativo.

La popularidad se manifiesta en la atención pública y mediática hacia personas que, por su trabajo o su vida, aparecen frecuentemente en los medios de comunicación o acumulan miles o millones de seguidores en redes sociales como Instagram o Tik Tok.

No es mi caso, porque ni soy ni pretendo ser un personaje popular. Personalmente, no creo ser una persona que haya buscado nunca la popularidad, porque, siendo niño, mi madre ya me vacunó contra ella. Ella la consideraba una enfermedad peligrosa para los jóvenes, porque creía que podía derivar en chulería y en prepotencia. Un ejemplo que, muchos años después, me recordó mi amigo Esteban Carrillo.

Ocurrió en los cincuenta, el verano que cursé tercero de bachiller, cuando Esteban Carrillo, ya abogado, me abordó en la puerta de mi casa, en Mojácar, para preguntarme por mis notas del curso. Yo quise evadirme y dar por concluida la conversación diciéndole que había aprobado.

Insistió una y otra vez preguntándome si eso significaba que había aprobado todo el curso, y debido a mis contestaciones escuetas e incluso poco amables, mi madre interrumpió la conversación. Salió a la puerta y me dijo que sacase las notas para enseñárselas. Ella explicó a Esteban Carrillo que la orden de no enseñar las notas provenía de ella, porque éstas “deberían ser solo para que me sintiera satisfecho yo por mi trabajo, y orgullosa ella por ser mi madre”.

Carrillo se sintió impresionado cuando comprobó que tenía cinco Matrículas de Honor que había obtenido examinándome como alumno libre en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid. Era un comienzo.

Con relación a la búsqueda de la popularidad, tengo muchas anécdotas a lo largo de la vida. Nadie ha visto ningún título universitario mío colgado o expuesto en un cuadro en casa o despacho profesional, cosa rara en un tiempo en que aparecen, un día y otro, personalidades en cuyos currículos profesionales figuran titulaciones que nunca han cursado.

Quizás un buen ejemplo sobre los vaivenes de la popularidad me ocurrió en Mojácar en los años sesenta, siendo yo un veinteañero. Había comenzado la ampliación y construcción del Hotel Mojácar, siendo Roberto Puig su arquitecto y propietario, quien, abandonado por el jefe de obra (me confesó que el día que dejó en mis manos la obra fue el día más feliz de su vida por la liberación que sentía), confió en mí la dirección de todos los trabajos. Las condiciones de la obra hoy serían inimaginables: sin dosificadores, vibradores ni grúas para trabajar el hormigón, y sin un proyecto que previera el trabajo a realizar. Allí me encontré con casi trescientos trabajadores, muchos de los cuales eran mojaqueros que me habían visto crecer.

El clamor popular era que el hotel se caería por fallo de los cimientos, mal diseñados y construidos. Nunca volvió a hablarse del tema una vez que yo abandoné la obra, prácticamente concluida, porque la afronté con decisión y responsabilidad, poniendo silenciosamente y sin alharacas mis cinco sentidos, mis conocimientos y lo mejor de mí.

Roberto Puig era un gran artista y arquitecto al estilo de la época, pero tenía fama de que su catadura moral y su responsabilidad no estaban a la altura de muchas de sus cualidades profesionales. Sin dejar de reconocer sus virtudes, que valoraba, jamás le toleré que me faltara al respeto a mí o a mi trabajo, y gracias a ello pude hacerlo en condiciones tan difíciles como exitosas en su provecho. El hotel pudo concluirse con un presupuesto cercano a las ayudas recibidas del Ministerio de Información y Turismo. Se construyó una piscina en la terraza con una pared transparente, en cuya ejecución solo intervinieron técnicos de talleres cercanos y mano de obra local, dirigidos y seleccionados por mí.

Tuve la mejor ayuda y colaboración de los trabajadores, que me respetaron, me quisieron y colaboraron conmigo. Nunca hubiese podido fabricar los hormigones de calidad que hicimos sin el esfuerzo de los hermanos Vizcaino, Cristóbal y Juan, para seleccionar los áridos del río a mi deseo. Nunca hubiésemos realizado la cerrajería de la piscina y la viguería metálica sin la tenacidad de Cristóbal Pérez, que ha luchado toda su vida sin mayores ayudas para superar las secuelas de una paliza salvaje e inmerecida de un maestro en la escuela, y la habilidad funambulista de su hermano Juan «los fragüeros». Disfruté de la bonhomía de Antonio Martínez, “El Granaíno”, de la seriedad de Rafael Aparicio y de la entrega y superación personal de Fernando, que ejerció de encargado. Descubrí la extrema bondad colaboradora de personas como el tío Andrés El Pelao y traté a un señor tan serio en lo personal y tan competente en lo profesional como Juan Meroño. ¿Cuántas cosas podría contar de mis relaciones con Pablo Aguado, el “Tío Sevilla”? Todos ellos y muchos otros que no cito ni olvido forman parte de mis mejores recuerdos de Mojácar y, a través de ellos, amé mucho más y mejor a Mojácar, porque todos ellos dejaron allí lo mejor de sí.

Nunca actué buscando reconocimiento, pero sentí mucho cariño y apoyo populares, que son de agradecer.

Creo que en mi pueblo me fui convirtiendo en líder sin pretenderlo ni buscarlo. Me convertí en el pregonero más reiterado después de Diego “El Luriano”. En tres ocasiones fui pregonero de las fiestas y a la tercera me dije que era demasiado. Eran años de bonanza y, como un virus, la fiebre del oro apareció en Mojácar. Algunos jóvenes, cercanos al auténtico líder, Jacinto, empezaron a cuestionarlo sin piedad ni escrúpulos morales. Faltaría a la verdad si dijera que ellos me echaron, porque fui yo el que se marchó, previendo lo que luego sucedió.

Cuando me marché, lo hice en silencio, guardando para mí las buenas experiencias de un tiempo tan prolífico en lo inmaterial. Nunca he dejado de volver.(VEA NUESTRA PORTADA DE HOY)

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